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El patrimonio cultural de los vecinos de Quito en el Estatuto de Autonomía.

Editorial, Vía Autónoma No.9.


Fotografía: Flickr Quito Turismo.

El 8 de septiembre pasado se cumplieron 41 años de la declaratoria del centro histórico de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Desde ese hecho, particularmente desde finales de la década de 1980, la noción preponderante alrededor del centro histórico lo identifica como un caso exitoso (con todos sus bemoles) de conservación del patrimonio tangible inmueble.


No obstante, existe una buena base de literatura alrededor de los efectos no deseados de una patrimonialización que, mediante el uso reiterado de discursos y narrativas hegemónicas, posicionaron una visión de centro histórico –monumentalista y tecnocrática– al servicio de la industria del turismo, del comercio de bienes y servicios (para nacionales y extranjeros) y de los capitales inmobiliarios (Gómez, 2008; Carrión y Dammert, 2013).


Esta visión poco ahonda en los otros elementos constitutivos del patrimonio cultural, particularmente en los intangibles y, si lo hace, termina por transformarlos en productos también para el turismo, o como subproductos del sector terciario de eventos y servicios.


La posibilidad de construir participativamente el Estatuto de Autonomía de Quito debería motivar a los vecinos de la ciudad a repensar esta dinámica, recuperando el proceso de la política pública urbana surgida desde la ciudadanía. Este repensar implica la necesidad de llegar a consensos, entre las demandas y necesidades de las poblaciones que aún habitan y construyen lo intangible del centro histórico (desde su cotidianidad), y los diferentes requerimientos surgidos desde los actores del turismo, el comercio y los nuevos espacios de vivienda. “Ser memoria o protagonista de la ciudad” (Carrión: 2005) debería dejar de ser un dilema para el centro histórico.


Esta nueva dinámica, movilizadora y articuladora, debería actuar también en la recuperación o reinvención de un imaginario colectivo que nutra nuestra propia visión de ciudad (incluyendo su centro histórico y otras áreas bajo presión turística) que no nos haga perder las prácticas y costumbres que identifican a cada sector de la urbe.


El proyecto que en pocos meses de convertirá en el Plan Especial de Intervención del Corredor Metropolitano de Quito, cuyo nivel de participación superó las mejores expectativas, no solo tiene una íntima relación con la conservación del patrimonio edificado en el centro histórico, sino también, y fundamentalmente, con ese mismo imaginario colectivo que nos permita revernos como vecinos diversos, con expresiones culturales cotidianas que nos constituyen y nos dan nuestros rasgos de identidad.

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